EN LA ANTÁRTIDA

Subrayado en el continente blanco: una aventura hacia lo desconocido

Viento, sol, sensaciones térmicas de 20 grados bajo cero, nieve y una pareja de escúas, nos dieron la bienvenida a la Antártida.

Luego de partir de Montevideo el 30 de noviembre a la hora 10 en el Hércules C130, la escala obligada fue el aeropuerto de Punta Arenas, Chile, donde pasamos por la Dirección de Migraciones para los chequeos de equipaje y documentación correspondientes. Luego de una hora aproximadamente, continuamos el viaje hacia la Isla Rey Jorge.

A la hora 17 uruguaya y local, llegamos a uno de los lugares más hostiles del mundo: la Antártida. Luego de descargar el equipaje de todo el grupo y ubicarlo en los montacargas, subimos a los carriers que nos trasladaron hacia la base Científica Antártica Artigas.

El paisaje con tonalidades blancas y negras, el cielo gris plomizo, las piedras, el barro y el hielo decidieron ser nuestros compañeros de camino. Todas las aventuras tienen sus riesgos y complicaciones, esta no estuvo exenta de eso desde el primer momento. El carrier que me trasladaba, junto a seis compañeros más, se rompió a 3 kilómetros de nuestro destino: la base uruguaya.

A partir de ese momento emprendí mi caminata con una sensación térmica de -20 grados y viento que, por momentos, me dejaba sin aire. Si bien el sendero está señalizado por cañas, una especie de tacuaras, y la marca de los carriers, no fue del todo lineal.

El fuerte y gélido viento me llevaba corriendo por la orilla de las huellas del vehículo y, me permitía avanzar más rápido. Los vientos en esta zona del planeta superan los 320 k/h.

Mis cinco compañeros que iban más adelante, siempre miraban por dónde íbamos los demás. Cuando llegas a un lugar inhóspito, el ser humano queda muy chiquito ante la majestuosidad de la naturaleza. Es ahí donde se dimensionan las limitaciones y la importancia vital de tener al otro cerca.

Los primeros anfitriones

Las huellas que encontraba me permitían afirmar el paso, pero cuando ponía un pie fuera del camino la situación cambiaba. El hielo dejaba de sostener el peso del cuerpo y la bota quedaba incrustada, en un momento casi hasta la rodilla. Desde ese instante y hasta que llegué a la base, ambos pies estaban ensopados. El paisaje me maravillaba cada vez más y tenía que controlar la respiración para poder avanzar. Una pareja de escúa salió a recibirme y batiendo sus alas se instalaron a la orilla del camino. Son aves de unos 140 centímetros, de color marrón oscuro con algunas tonalidades grises. Sus grandes alas permiten divisarlas desde lejos y resaltan en el cielo los días de sol.

El miércoles 30 de noviembre fue uno de esos días donde el astro rey nos acompañó, pero solo de a ratos. El cielo celeste cristal (por así decirlo) se dejó ver en pocos momentos de nuestro camino hacia la base. La Antártida es conocida como “el congelador del mundo”. Representa el 77% de toda el agua dulce disponible y conserva 26,9 millones de kilómetros cúbicos de hielo, 85% del que existe en el planeta. La majestuosidad del lugar hacía que me detuviera a cada instante para tomar fotos. Muy lentamente comenzó a aparecer la escasa vegetación reinante. El musgo verde fue el primero en darnos la bienvenida en las grandes capas de piedra oscura. El paisaje era en su totalidad nieve y piedra.

El viento siguió soplando y el camino continuaba con sus imperfecciones. El espeso barro se hacía presente generando que el paso se enlenteciera. A lo lejos en la mar Austral, buques de la Fuerza Armada chilena y uno turístico dibujaban el paisaje agreste.

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Flora y fauna

La inmensidad y la transparencia del Mar Austral formado hace aproximadamente 35 millones de años alberga una vida marina muy rica e interesante. Este mar es producto de la separación de Sudamérica con el continente antártico, permitiendo la comunicación entre los océanos Pacífico y Antártico a través del Paso Drake y la formación de la corriente circumpolar antártica.

Microorganismos, peces, zooplancton, ballenas, pingüinos, focas, algas, lobos marinos se nutren de este mar. El zooplancton o krill antártico es la especie más común y clave para la sobrevivencia del ecosistema. Este pequeño crustáceo de apenas 2 gramos y 6 centímetros de largo puede vivir entre 7 y 11 años. Cada hembra puede liberar 10 mil huevos por vez y lo hace varias veces durante el verano. La ciencia aún no ha podido conocerlo en su totalidad.

Los peces antárticos actuales pertenecen a la familia de los Nototénidos. El bacalao antártico y la trama jaspeada son las más abundantes en estas aguas. El bacalao prefiere las aguas profundas, produce una proteína anticongelante que le permite sobrevivir a las bajas temperaturas. Puede vivir unos 50 años. Por su parte, la trama jaspeada mide unos 50 centímetros y puede tardar hasta 5 años en reproducirse. El lobo fino antártico es de hocico corto y puntiagudo, su pelo es marrón oscuro, grisáceo en ambos sexos, aunque los machos poseen una melena más oscura. Los machos llegan a medir hasta 2 metros y pesar 230 kilos.

Se alimentan de krill, pero también consumen peces. Esta especie está protegida por el Tratado Antártico y la Convención de las para la Conservación de las focas antárticas.

Por su parte, la foca leopardo tiene cuerpo largo y esbelto con la forma de cráneo alargado. Su coloración es grisácea en casi todo el cuerpo. Tiene un comportamiento depredador, es solitaria y prefiere la costa con hielo o los cuerpos de hielo flotante. También se encuentra protegida por el Tratado Antártico.

Base Artigas

Luego de una hora de caminata llegué a una cima donde había un cartel que indicaba que estaba en el Lago Uruguay. Ese tramo del camino fue duro ya que la intensidad del viento frenaba mis pasos en la espesa nieve y el denso barro. De allí se extrae el agua que abastece a toda la base y es utilizada para todos los usos. A lo lejos divisé mi destino y fue un alivio para continuar. El trayecto no estuvo exento de caídas y de llegar a la base con los pies ensopados.

Fueron 3,5 kilómetros de una aventura inolvidable. Luego de ser recibidos con un café caliente y alfajores de maicena, el jefe de la base, José Carlos Fonseca, nos dio la bienvenida y explicó las normas a seguir. Sobre la hora 02:00 y con un cielo despejado, me dispuse a descansar.

FUENTE: Por María García

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