Tal como se esperaba Jair Bolsonaro fue elegido como próximo presidente del Brasil. Le aguarda una tarea abrumadora, tanto por la dimensión de la crisis política como por la situación económica: el PBI de Brasil está prácticamente estancado, y casi al mismo nivel que en 2011; el déficit fiscal equivale al 8% del PBI. El presidente electo planteó en su discurso de victoria que priorizará el empleo, la renta y la reducción del déficit fiscal, apuntando a un “déficit primario cero”. Agregó que la menor necesidad de endeudamiento llevará a una tasa de interés más baja, que favorecerá la producción.
La reparación de Brasil
Bolsonaro plantea reformas profundas, a nivel de la seguridad social y la estructura tributaria
Para esto, Bolsonaro plantea reformas profundas, a nivel de la seguridad social y la estructura tributaria. Agregó que "el Gobierno Federal dará un paso atrás, reduciendo sus costos y estructura, para que la gente de muchos pasos al frente. Más Brasil y menos Brasilia", ilustró. El discurso tuvo un claro perfil revisionista de las políticas llevadas adelante hasta ahora (en particular las del PT) y con un énfasis desregulador, apuntando a una menor presencia del Estado con más protagonismo de las empresas.
El asunto es cómo hará esto: si bien a nivel legislativo cuenta con una buena base propia y aliada, deberá negociar mucho para conseguir las mayorías necesarias para impulsar sus políticas. En gobierno previos, esas mayorías se conseguían a través de mecanismos corruptos, algo que Bolsonaro vino a desterrar. En lo económico, parte de lo que plantea el presidente electo es de sentido común: Brasil no puede continuar con el déficit fiscal actual y el Estado, afectado por años por mecanismos de corrupción sistémica (Mensalao, Lava Jato), necesita una reforma profunda.
Pero tendrá –desde el principio- la lógica oposición de la izquierda, liderada por el PT. Ante el primer síntoma de reducción o recorte en las políticas sociales, emergerán duros conflictos políticos. Lamentablemente, el despliegue de dichas políticas sociales está asociado al asistencialismo y la corrupción, y la llegada de Bolsonaro (respaldado por más de 55% de los votos emitidos, 40% de los electores habilitados), viene a revisarlas a fondo, cuando no a reducirlas. Sin embargo, con un desempleo de casi 12% no parecería sensato un recorte irreflexivo. Para actuar mejor en este plano, bueno sería un clima político con menos confrontación y más diálogo, que ayude a mantener los mecanismos virtuosos de apoyo social, transformando o eliminando aquello que no ha aportado a los más pobres a mejorar su situación, y que ha creado –más bien- dependencia. Pero el discurso de Bolsonaro ha estado bastante lejos del diálogo y tiene un perfil refundador; y Haddad, el derrotado candidato del PT, ni siquiera reconoció a Bolsonaro por su victoria (algo de uso en cualquier elección mínimamente democrática en todos los países). El ambiente no es el mejor.
Además de las amplia brecha política (PT-Bolsonaro) Brasil también expone una amplia brecha geográfica: el sureste y el centro-oeste, las zonas de mayor capacidad productiva y empresarial, votaron abrumadoramente por Bolsonaro, con el nordeste apoyando mayoritariamente al PT. Si el mencionado diálogo no consigue un mínimo espacio, esas asimetrías y confrontaciones se harán más agudas. No sería algo extraño en la historia de Brasil. Reparar esas brechas no parece tarea fácil.
Además, los reflejos autoritarios y discriminatorios de Bolsonaro –que el ahora presidente electo buscó atenuar en los últimos días de campaña- parecen suficientemente arraigados en su personalidad como para ser un problema latente, en particular si las cosas empiezan a salirle mal… o muy bien. Que haya expuesto un libro sobre Churchill como referencia junto a la Biblia y la Constitución, en su discurso de victoria vía Facebook, es alentador, pero a los libros hay que acompañarlos con actitudes.
En los primeros meses de gobierno, contará con el crédito político que el sistema financiero y la comunidad empresarial le han otorgado para que emprenda las mencionadas reformas pro-mercado. Si se hacen en forma razonable, posiblemente Brasil pueda mejorar su situación económica y tener un 2019 positivo, con crecimiento de 2,5% o mayor y dólar en baja, lo que traerá buenas noticias a Uruguay y Argentina (y a Bolsonaro).
El Mercosur no es prioridad
En el plano comercial, el presidente electo anunció que profundizará “las relaciones bilaterales con los países más desarrollados, para volver a poner a Brasil en el centro del escenario mundial, y que no siga aislado del mundo". El designado ministro de Economía del próximo gobierno, Paulo Guedes, fue más allá: dijo que el Mercosur es un bloque “demasiado restringido” y que “no es prioridad”. Señaló que apunta a más acuerdos comerciales y esbozó (sin ser muy claro) que el Mercosur es un obstáculo para eso.
Así, en este plano hay más incertidumbres que certezas. La historia legislativa de Bolsonaro lo muestra como un político proteccionista, que contrasta con el liberalismo de su futuro ministro. ¿Cambió Bolsonaro? ¿Qué visión predominará?
Si efectivamente el Mercosur se flexibiliza, se daría lo que Uruguay viene reclamando hace años: mantener el bloque pero con la posibilidad de que los miembros individuales hagan acuerdos comerciales con otros países. Sin embargo, parecería demasiado fácil que Brasil ceda una herramienta de poder político regional, como efectivamente ha usado al Mercosur. El futuro ministro de Relaciones Exteriores –uno de los principales puestos de poder en Brasil- tendrá un rol clave; hay varios nombres en danza. En cualquier caso, el gobierno uruguayo (el actual y el próximo) deberá moverse con inteligencia para mantener el buen tono de la relación y –al mismo tiempo- abrir más espacios de mercado para nuestra producción. No haber saludado al presidente electo (como hicieron gobiernos de los más diversos signos políticos) no fue un buen comienzo.
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