Desde el Brexit, el Reino Unido quiere mostrarse como una potencia diplomática internacional. Pero esta ambición de la "Gran Bretaña global" se topa con la realidad, como en Rusia, donde sus esfuerzos en la crisis ucraniana tuvieron un recibimiento glacial.
La diplomacia británica posbrexit, recibida con frialdad en Rusia
Desde el Brexit, el Reino Unido quiere mostrarse como una potencia diplomática internacional. Pero esta ambición de la "Gran Bretaña global" se topa con la realidad, como en Rusia, donde sus esfuerzos en la crisis ucraniana tuvieron un recibimiento glacial.
Viaje a Kiev, conversaciones en Moscú, consultas con los aliados de la OTAN en Bruselas... Como otros líderes occidentales, el primer ministro británico, Boris Johnson, y sus ministros emprendieron una campaña en busca de una desescalada con Rusia, por el temor a que invada Ucrania.
Moscú y Londres vieron cómo sus relaciones, ya tensas en el pasado, alcanzaron un nuevo mínimo tras el envenenamiento en suelo británico en 2018 de Serguéi Skripal, un exespía ruso, y su hija atribuido al Kremlin, que niega esta acusación.
En este contexto, era difícil que la ministra de Relaciones Exteriores, Liz Truss, consiguiera avances reales durante su reunión con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, el jueves en Moscú.
Primera alta responsable británica que visita Rusia en cuatro años, Truss pidió a Rusia que retirara sus tropas concentradas cerca de las fronteras de Ucrania en señal de buena voluntad.
Pero Lavrov calificó su diálogo como "una conversación entre un sordo y un mudo", acusándola de ignorar las preocupaciones de Rusia, que niega tener planes de invasión pero insiste en obtener garantías escritas para su seguridad, incluida la promesa de que Ucrania no se unirá a la OTAN.
Desde el principio "era improbable que esta visita tuviera éxito", considera Ruth Deyermond, especialista en Rusia del King's College de Londres.
Siguiendo a Truss, el ministro de Defensa británico, Ben Wallace, viajó a Moscú el viernes, después de que Johnson dijera que iba a poner a otros 1.000 militares británicos en estado de alerta para responder a cualquier crisis humanitaria relacionada con Ucrania.
Pero en opinión de Deyermond, esta ofensiva diplomática corre el riesgo de parecer "más relacionada con la crisis de liderazgo (en el Reino Unido) que con lo que está ocurriendo en Ucrania".
En el plano nacional, Johnson lucha desde hace semanas por su supervivencia política, sumido en el escándalo por las fiestas celebradas en Downing Street durante los confinamientos, lo que daña su credibilidad.
"Si existe la sensación de que Johnson se va a ir, hay mucho menos incentivo para mantener una relación positiva", señala la experta.
El ex primer ministro conservador John Major (1990-1997) está de acuerdo: para él, su compañero de partido tiene la culpa de que no se le tome en serio en la escena internacional.
En un vitriólico discurso el jueves, Major acusó a Johnson de no ceñirse a la verdad y de oportunismo político, especialmente con el Brexit.
"Nuestra reputación en el extranjero está en declive debido a nuestra conducta. Estamos debilitando nuestra influencia en el mundo", lanzó. "Una nación que pierde amigos y aliados se convierte en una nación más débil", subrayó.
Esto es "manifiestamente falso", replicó Johnson.
Por otra parte, el gobierno británico presentó ante el parlamento el viernes una legislación que permite endurecer las sanciones financieras contra la élite rusa si se invade Ucrania.
Lavrov afirmó que las eventuales sanciones británicas se considerarían un "acto de agresión".
El nuevo régimen podrá sancionar a una gama más amplia de individuos y empresas en función de su relación con el Kremlin.
Pero el líder de la oposición británica, el laborista Keir Starmer, acusó a Johnson de hacer un doble juego, al ignorar los enormes flujos de dinero ilícito ruso que circulan por la City, el corazón financiero de Londres.
"Bajo una década de gobiernos conservadores, Londres se ha convertido en sede de blanqueo internacional de dinero, donde los cleptócratas y los criminales vienen a lavar su dinero sucio", escribió en el diario The Guardian.
"No es sólo una cuestión de delincuencia financiera, es una cuestión de seguridad nacional. El dinero oscuro y las influencias dejan marcas de debilidad y vergüenza en nuestro país, y hay que eliminarlas", fustigó.
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FUENTE: AFP
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