“No quiero vivir en un mundo donde todo lo que hago y digo queda grabado". Fue una idea que fue mascullando durante largo tiempo, mientras trabajaba como ciberespía y hacía buen dinero cómodamente sentado cómodamente en una oficina de Hawaii.
El ciberespía que dejó al descubierto que todos somos vigilados
Ed Snowder tenía un cómodo trabajo como consultor de la CIA y la Agencia Nacional de Seguridad. Decidió revelar sus peores secretos y desaparecer
Quien dijo eso no es un ser humano cualquiera. Hoy es el hombre más buscado del mundo. Se llama Ed Snowden y antes de perderse de vista dejó al descubierto los más grandes secretos de la todopoderosa Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de los Estados Unidos.
Sabe que la “alta traición” le costará caro, pero este hombre de 29 años, experto en informática, era hasta hace pocas horas un niño mimado del espionaje internacional.
Los datos que Snowden dejó a disposición del mundo entero señalan: la NSA posee un programa informático capaz de capturar todas las comunicaciones e información personal de los ciudadanos gracias a gigantes informáticos como Facebook, Google o Microsoft. Otras firmas involucradas en esta red son Apple, Yahoo, Skype, YouTube, AOL y PalTalk, entre otras. Está demás decir que las compañías salieron a desmentir esta suerte de vergonzosa cooperación.
El programa en cuestión se llama PRISM. Su objetivo es recabar información a través del tráfico internacional - aunque también estadounidense - que pasa por los servidores de estas compañías en correos electrónicos, fotografías, audios y vídeos para seguir la pista a un objetivo extranjero o nacional de interés para la Inteligencia.
El PRISM es un auténtico “Gran Hermano”, el heredero de una larga historia de cooperación entre la Inteligencia estadounidense y alrededor de un centenar de empresas privadas asentadas en el país norteamericano. Esta colaboración comenzó en la década de 1970 y casi sin intermitencias ha continuado hasta nuestros días.
Quizás esto fue lo que más indignó a Snowder. Hace cinco meses más o menos, Ed -un solitario nerd nacido en Carolina del Norte - decidió comunicarse con dos periodistas a los que seleccionó rigurosamente.
Un enigmático correo electrónico apareció un día del pasado enero en la bandeja de entrada de Laura Poitras, documentalista e investigadora que sacó a luz los abusos en la cárcel de Guantánamo. “Quiero su código de encriptado”; “necesitamos un canal seguro”.
Glenn Greenwald, abogado especialista en derechos civiles y periodista de The Guardian, fue el otro elegido. Tanto Poitras como él son integrantes de la Fundación Freedom for the Press. Los dos recibieron la misma despedida en el primer mail.
“Créame, no va a perder el tiempo”, escribió Snowder bajo el seudónimo Verax.
Todo lo que haces, cada amigo que tienes, cada compra que haces, cada calle que cruzas implica que estás siendo vigilada”.
Después de varios mails, Laura Poitras se dijo a sí misma: “o es un loco o es un genio”. Consultó con su amigo, el premio Pulitzer Bart Gellman, y concluyó que tal vez fuera ambas cosas, pero sobre todo parecía una fuente de fiar, un tipo que sabía de lo que hablaba. Desde entonces, Gellman -del Washington Post- se sumó a la investigación.
Pasaron muchas semanas para que se vieran personalmente. Fueron tiempos de tire y afloje entre periodistas y fuente. Hasta hace muy pocos días los tres involucrados no conocían el nombre de esta nueva versión “garganta profunda” que nada tienen que envidiar al escándalo de Watergate.
Washington Post tardó dos semanas en publicar parte del material. De las 44 fichas del power point que describía el programa, sólo se publicaron cuatro. Fue por una cuestión de seguridad para todos, explicó Poitras más adelante.
Para entonces, ya se habían encontrado con Snowder en Hong Kong para grabar la “confesión”, una suerte de entrevista en la que explicó los móviles de su decisión. “Yo sé que ya no tendré paz en mi vida”, contó a la cámara y señaló que probablemente busque asilo en un país como Islandia, que dado lugar a otros exiliados políticos de los Estados Unidos. Un caso célebre fue el ajedrecista Bobby Fischer.
Entrenado por los mismos servicios a los que dejó en evidencia, el joven tenía todo preparado para desaparecer. Ni siquiera le dijo a su joven y hermosa novia, la bailarina Lindsay Mills que no la vería más. Un día salió a buscar cigarrillos y no volvió más. Ella se hizo célebre por transitiva: su blog es ahora una máquina de millones de entradas de lectores ávidos de morbo.
El soldado Bradley Manning o el amo de Wikileaks Julian Assange son espejos en los que mira su futuro el ciberespía. Sabe que lo único seguro para él es el destierro en el mejor de los casos. Y en el escenario más probable esté la cárcel, la difamación e inclusive la muerte.
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