Conduciendo a Subrayado a "Villa Victoria"

Pasajero en tránsito. Diario de viaje de la Copa América. Por Roberto Moar.

 

La invasión de chilenos a Mendoza obligó a cambiar los planes del equipo de “Subrayado” en Mendoza. Por falta de reserva, abandonamos el céntrico "NH Cordillera" y emprendimos un viaje de 40 kilómetros a Maipú.

Con nuestro voluminoso petates al hombro, que siempre nos obligan a cargar también con el recibo de exceso de equipaje, debimos abandonar los taxímetros mendocinos para recurrir al remise de Silvio, uno de los conductores del NH, un guía magnífico, amante de la historia de su provincia, de la cultura del Cuyo, que propuso un diálogo cordial en su primer encuentro con Subrayado que no lograba interesar mucho a Adrián Muñoz más afecto al alto voltaje mediático que a los ruegos de los Incas a la Pachamama por su indisimulable temor a las alturas de uno de los cinco picos más altos del mundo, el Aconcagua.

Camino a “Villa Victoria”, perdida en el mágico silencio del Carril Perito Moreno, una calle cortada por caminos de tierra y polvo, viajamos por Rivadavia que muta de calle porteña al pie del Congreso argentino en ruta más larga del país que se hunde en la profundidad de la Pre Cordillera.Nuestro conductor sugiere que no podemos dejar la tierra del sol y el vino sin conocer Tupungato, una localidad ubicada en el Valle del Uco que atrapa al recién llegado con las fragancias de sus cultivos de durazno, manzanas y -por supuesto- uvas, sus calles arboladas y sus picos nevados.

No falta referencia al cerro El Plata y al volcán Tupungato, el mirador de estrellas de los Andes.

"Llegamos", dijo Silvio. A nuestro frente, y tras la apertura de un portón gigante, se recorto -iluminada por el fuerte sol del mediodía mendocino- "Villa Victoria", una estructura escapada de otros tiempos, acogedora y mística.

Nos recibió Mariano, el propietario, y su asistente María Emilia, que se sorprendieron por nuestro apuro, nuestras cámaras y nuestra partida que fue tan rápida como nuestra llegada.

Tras 48 horas de agitado vaivén periodístico, el 9 de julio, fecha patria argentina, nos encontró admirando la paz de este Wine Lodge escapado de un cuento.

Nos despertó el golpeteo tenaz de un pájaro carpintero sobre nuestra ventana. Al acercarnos, reparamos que desde nuestra habitación podíamos contemplar la imponente Pre Cordillera.

De repente, tres golpes en la puerta y la voz de María Emilia anunciando que el exquisito desayuno estaba pronto. Una toma al pie de la piscina y luego caminata de 50 metros hasta "Viñedos y Bodegas Tempus Alba" que lidera un matrimonio de inmigrantes italianos junto a sus hijos Vito, Rocco y Ema.

Al regresar a nuestro hotel de campo, me esperaba una botella de Malbec para celebrar mi cumpleaños junto a "Chiqui".

Poco después, almuerzo digno de Fiesta Patria: locro criollo y pastelitos de carne con un helado nunca antes probado: frutos rojos al torrontes y maracuya al sauvignon blanco. El fin del servicio incluyó amable invitación a regresarnos a la Villa.

De vuelta al agitado ruido porteño, en el afiebrado centro de prensa de la calle Puyrredón, descubro una mensaje de Don Mariano en mi casilla de correo: "Roberto... Dejaron 120 pesos argentinos. ¿Cómo se los hago llegar?".

Casi al mismo tiempo también descubrí que tenía la antigua llave de la habitación en mi bolsillo.

Dicen que cuando ese ocurre... es obligatorio volver al lugar.

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