Cuatro puede ser mucho o poco. Los números cardinales indican la cantidad finita o infinita de un conjunto.
Cuando consumíamos las satinadas páginas de "El Gráfico", en "La Síntesis de la Jornada", donde se calificaba de 1 a 10 la actuación de los futbolistas, un cuatro era el equivalente a una tarde para olvidar.
En épocas lejanas, cuando la escolaridad se evaluaba en la enseñanza uruguaya de 1 a 6, sacarse un 4 en "Matemáticas A" implicaba ser un correcto conocedor en el álgebra de las funciones.
Cuatro eran los genios del grupo que salió de Liverpool -casualidad inesperada- para conquistar el mundo.
Cuatro es un instrumento musical que reina en el folklore de Puerto Rico y Venezuela. Una cadena de TV española, la playstation más esperada de la tecnología Sony o el último modelo IPhone que llegó a estas tierras. Cuatro eran "Los tres Mosqueteros" porque nunca faltaba D'Artagnan.
También el cuatro puede estar asociado a una primera vez.
El viernes 11 del mes 11 del 2011, cerca de las 11 de la noche, Luis Alberto Suárez Díaz, un salteño de 24 años, no podía dejar el Estadio Centenario porque se había convertido en el primer uruguayo que anotó cuatro goles en una Eliminatoria Sudamericana.
Semanas atrás, en este blog, construía frases amparadas en la magia del "Pistolero de Anfield" y en improvisado cuento futurista también me animaba a aseverar que en épocas no muy lejanas, Luis Suárez se encargaría de hacer trizas el récord de Diego Forlán.
Ante Chile, Suárez fue el gran ejecutante que logró hundir a Chile.
Fueron sus cuatro goles pero también su andar indescifrable, su velocidad acompañada de claridad para resolver y su voracidad por romper la red del arco transandino.
Es más, cualquier consideración de Tabarez, encomendando el poco tiempo de trabajo al aceitado automatismo de sus jugadores, que al decir de muchos entrenadores sería equivalente a poner en funcionamiento situaciones que casi no requieren la voluntad de los actores, pudo archivarse sin correr riesgo de demolición de la estrategia a plasmar sobre el campo.
El "Pistolero" hizo inútil cualquier contra-táctica de Borghi. Es que todo diseño que apueste a la sincronización y máxima atención defensiva queda destruído cuando un jugador está en noche inspirada. Si ese futbolista, además, es uno de los mejores del mundo, sólo le queda al golero que lo ve venir... rezar y prender velas.
Al pobre Claudio Bravo el esfuerzo de comunicarse con Dios o un santo apelando a una oración tras otra fue en vano.
El mágico delantero del Liverpool puso en jaque los quejidos teológicos que balbuceaba el cuestionado portero de La Roja cuando comenzaba a divisarlo.
El Vía Crucis de Bravo incluyó cuatro estaciones de delirio celeste en 90 minutos.
Sin embargo, la actuación demoledora del delantero del equipo de Anfield, no necesitó de pacto con alguna divinidad. Fue simplemente una comprobación de su madurez futbolista, su pericia para enloquecer rivales, su puntería, su impronta, su velocidad física y mental.
Además, detrás del atacante perfecto que vale millones, se esconde la sonrisa pícara del pibe salteño. Ese que se declaró muy feliz en su Facebook y agradeció a sus compañeros y a todos por el apoyo.
Entre las definiciones que admite la palabra "comandante" se incluye una consideración para aquellos que ejercen el mando sin tener ese rango.
En realidad, debemos agradecer nosotros a este maravilloso comandante de la parte de adelante que fue capaz lograr que cuatro no sea mucho ni poco sino infinita felicidad.
Dejá tu comentario