El misterioso Hu Jintao deja el mando en China en silencio
Así como llegó, el hombre de consenso que gobernó en los últimos diez años de los hechos de corrupción que se desataron en el último año
En contraste con su nombramiento sin estridencias como presidente de China hace diez años, Hu Jintao abandonará el cargo en un momento de turbulencias dentro del Partido Comunista (PCCh), al que se ha mantenido siempre fiel hasta el extremo.
El hombre "opaco y misterioso" que ha liderado China en la pasada década, en la que el gigante se ha consolidado como segunda economía mundial, dejará la presidencia con un más que probable sabor amargo, a pesar de haber conseguido salir airoso de los últimos escándalos que han sacudido la escena política china.
Secretario general del Partido desde 2002 e investido presidente el año siguiente, no hay mucho más que se sepa de Hu desde entonces, cuando llegó al máximo nivel del poder chino como un hombre tranquilo, sensato y, sobre todo, leal a los valores inapelables de la formación.
Su estilo anodino le ha mantenido al margen de la purga al ex dirigente Bo Xilai y no ha despertado el interés de la prensa internacional hacia su patrimonio, al contrario que el primer ministro, Wen Jiabao, o el futuro presidente, Xi Jinping, quienes han saltado a la palestra a raíz de controvertidos reportajes sobre la enorme riqueza de sus familias.
Tal vez su gran fracaso ha sido ser incapaz de impedir que su último año al mando haya quedado manchado por los escándalos y las escisiones dentro del PCCh, un legado del que había intentado desprenderse al asumir el cargo de su predecesor, Jiang Zemin.
Hu adquirió fama de ser "hombre de consenso" por relevar a Jiang -cabeza del poderoso "grupo de Shanghái"- sin hacer ruido, una "transición pacífica" que ahora ha devenido en una sucesión determinada por la falta de unidad puesta de relieve en el escándalo en torno a Bo.
El líder saliente se dio a conocer por su "mano dura" mientras ostentaba cargos de poder en algunas de las provincias más depauperadas del oeste de China (Gansu, Guizhou) en los 80, y no dudó en decretar la "ley marcial" cuando gobernaba en el Tíbet y los separatistas iniciaron una ola de protestas.
Algunos analistas sugieren que fue su inicial firmeza y falta de ego las cualidades que le ayudaron a escalar posiciones dentro del régimen.
En 1992 se convirtió en uno de los nueve miembros del Comité Permanente -máximo órgano de poder-, donde empezó supervisando el "entrenamiento ideológico" de los oficiales de más rango.
Hu aún mantiene ese rol de "mentor" y no ha dudado en apadrinar el nombramiento como primer ministro de Li Keqiang, quien, como él, se formó en la Liga de Juventudes Comunistas.
Esa identificación de Hu con el Partido es la cara y la cruz de su carrera política, ya que, mientras en su día le encumbró como el máximo líder del país, ahora evidencia la falta de personalidad del mandatario, prácticamente un desconocido también para la población china.
Pese a liderar el país diez años, los ciudadanos poco saben de la vida personal del presidente, aparte de que conoció a su esposa, Liu Yongqing, cuando estudiaban en la prestigiosa Universidad de Tsinghua (donde él se licenció en Ingeniería Hidráulica) y que es un gran aficionado al ping-pong y el baile de salón.
Otro sinsabor del líder, familiarizado con la pobreza tras sus puestos en el oeste y al proceder de una provincia deprimida como Anhui (este), es no haber logrado consolidar una "sociedad en armonía", como era su deseo, y mantener a más de 150 millones de personas viviendo en absoluta pobreza mientras los indicadores macroeconómicos convirtieron al país en potencia mundial.
Tampoco ha cumplido las expectativas de los intelectuales que esperaban que impulsase más reformas políticas que su predecesor; muy al contrario, Hu se ha revelado como un político conservador que ha cuidado a sus aliados cubanos y norcoreanos, además de perseguir a la disidencia y a la prensa.
Todo ello hace que Hu deje el poder sin la gloria con la que entró, aunque los expertos auguran que, a sus 69 años, todavía le queda una larga vida política, si imita el ejemplo del octogenario Jiang, que aún mantiene una amplia influencia en las grandes decisiones del Partido. EFE
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