Nada más empezar a hablar, las lágrimas ya corren por sus mejillas. "¿Cómo pudimos matarnos los unos a los otros?", se pregunta Antonina Zaitseva, una jubilada que vive cerca de la línea del frente, en la región separatista prorrusa de Donbás, en el este de Ucrania.
Cerca del frente de Donbás, el resentimiento contra Kiev y el sueño de la "casa" Rusia
Nada más empezar a hablar, las lágrimas ya corren por sus mejillas. "¿Cómo pudimos matarnos los unos a los otros?", se pregunta Antonina Zaitseva, una jubilada que vive cerca de la línea del frente, en la región separatista prorrusa de Donbás, en el este de Ucrania.
En este barrio suburbano devastado por los bombardeos, los pocos habitantes que no huyeron intentan reconstruirse. Aunque muchos consideran a Rusia como su salvador frente a las tropas ucranianas, muy pocos se alegran de la posibilidad de un nuevo conflicto, con la crisis ruso-occidental sobre Ucrania como telón de fondo.
Casi todos los días, al amanecer o al atardecer, se oye fuego de artillería y ametralladoras. Para algunos residentes, es el "despertar de la mañana". Para otros, las "celebraciones".
La línea del frente está a menos de dos kilómetros. Entre 2014 y 2015, el distrito, situado en el extremo oeste de la ciudad de Donetsk, capital de los separatistas de la homónima "república popular", fue bombardeado por su proximidad al aeropuerto, escenario de una encarnizada batalla entre las fuerzas ucranianas y prorrusas.
Desde los acuerdos de Minsk de 2015, la línea de frente se estabilizó y los combates han disminuido.
Pero la resolución política del conflicto, que ha dejado más de 13.000 muertos, está estancada.
Las negociaciones entre Kiev, apoyado por los países occidentales, y Rusia, que supuestamente apoya a los separatistas, están estancadas.
En la región, el riesgo de un recrudecimiento es permanente, sobre todo desde que hace unas semanas Rusia desplegó decenas de miles de soldados en la frontera ucraniana, despertando los temores de una invasión.
"Vivimos inmersos en el miedo de que la guerra se reanude", afirma Antonina Zaitseva, de 72 años, antigua pintora de pisos y edificios, detrás de unas gafas de cristales gruesos empañados.
En su barrio, la mayoría de casas están en ruinas, reventadas por disparos, quemadas o resquebrajadas por los obuses.
Incluso en el momento álgido de los combates, Zaitseva, escondida en una bodega, no abandonó su calle donde, según ella, "chechenos, cosacos y voluntarios rusos" apoyaban a los separatistas.
Para ella, haber sobrevivido es un "milagro". Decenas de sus vecinos murieron.
Cerca del pequeño mercado local se ha erigido una estela en su memoria. Junto a los nombres de los niños depositaron osos de peluche descoloridos que quedaron cubiertos por la nieve.
"A las víctimas civiles de la agresión de la junta de Kiev", indica el monumento, con una fórmula usada para describir al gobierno ucraniano.
Zaitseva está "muy segura" de querer una unión de la región separatista de Donbás con Rusia porque el poder ucraniano ha bombardeado a su propia población. "¿Cómo perdonar eso?", se pregunta.
Desde 2017, el gas y la electricidad volvieron a su barrio. La Cruz Roja aporta materiales para la reconstrucción y distribuye alimentos cada cuatro meses.
Varios habitantes reciben también sus pensiones de las autoridades locales, gracias al crédito otorgado por Moscú.
"Rusia nos ingresa la pensión, afortunadamente, y paga por el agua, la electricidad y la libertad", asegura Alexandra Lozovskaya, de 69 años, una pequeña mujer rubia cuyo marido murió en 2015 al ir a comprar pan.
"Nos uniremos a Rusia al final, hay que volver a casa", insiste un vecino, Serguéi, de 47 años, asegurando que la vida en Ucrania era "un caos".
En esa región industrial rusófona, Rusia todavía hace de madre patria treinta años después de la independencia de Ucrania de la Unión Soviética. Moscú incluso distribuyó cientos de miles de pasaportes.
Pero otros habitantes son más reservados al tener allegados al otro lado del frente a quienes, entre la pandemia y el conflicto, apenas pueden visitar. Incluso ir a Rusia es complicado.
"Es como una isla. Nadie quiere saber de nosotros en Rusia, tampoco en Ucrania, estamos en un callejón sin salida", lamenta Elena, de 49 años, echándose a llorar. Su hijo vive del lado ucraniano.
Aunque prefiere no hablar por miedo a represalias, acusa indirectamente a las autoridades locales de desviar una asistencia, en teoría destinada a la población.
"¿Dónde ha ido el dinero de la ayuda humanitaria rusa? Es una buena pregunta", señala.
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FUENTE: AFP
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