La especie humana ha querido desde siempre obtener respuestas para lo que ignora. El hombre primitivo, aquel que habitó el fondo de los tiempos, seguramente se interrogó por qué la noche y el día, por qué el sol y la luna, porqué la lluvia y el brillo de las estrellas, de dónde llegaba el viento y el cambio de las estaciones, qué había más allá de la línea del horizonte o atravesando el mar. Tal vez hasta se preguntara del por qué de su propia muerte.
La cacería
La especie humana ha querido desde siempre obtener respuestas para lo que ignora.
Muchas de esos enigmas iniciales intentaron contestarlos abordando la fantasía, el pensamiento mágico, creando divinidades que actuaban en su mundo desde el infinito, creyó en seres superiores que se transmitieron de una generación a otra. Allí empezó lo mejor de la aventura humana: la búsqueda del conocimiento, la expansión de la ciencia y la teoría filosófica, el avance sin retroceso del dominio del individuo de aquellas cosas antes las que en un principio se sintió empequeñecido o desamparado. E inventó el arte, la expresión máxima de su grandeza, sus conflictos, su imaginación, su deseo de reproducir la vida y eternizarse.
A esta cacería de los asuntos trascendentes de la existencia, en tiempos más recientes, el ser humano agregó su avidez de conocer sobre lo cotidiano a medida que se fueron construyendo las concentraciones urbanas organizadas en comunidad. Ya no se trataba de satisfacer las consultas permanentes de la vida, sino de conocer el día a día y los pormenores de los hechos que tejen el mundo de sus intereses inmediatos.
Así se llegó, después de mucho, a la era de las noticias. ¿Qué es una noticia? Todos creemos saberlo, pero hay varias definiciones. Según Marshall Mc Luhan, que está más vigente de los que algunos creen, el público busca tres estereotipos de noticias: las del antihéroe, referidas a seres anónimos, convertidos en protagonistas; las del héroe o personas del papel público destacado y la del místico. El místico corresponde a lo irracional, lo incomprensible, lo inexplicable, lo increíble. Este último es el segmento más fascinante para el colectivo: el descubrimiento de los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, las Torres Gemelas desplomándose, la aparición de objetos voladores no identificados. A las personas nos gusta que nos lleven al extremo en materia de noticias.
Umberto Eco nos advierte que la inmensa multiplicidad de medios por los cuales hoy se accede a una noticia puede convertirse en el arte del olvido o lo olvidable. Nadie olvidará La Piedad de Miguel Ángel, si ha estado frente a ella. Nadie perderá en su memoria al Quijote, si lo leyó. Jamás podremos olvidarnos de Mozart, Beethoven o Debussy, si los escuchamos. Nadie será igual después de ver las Meninas de Velásquez o el Guernica de Picasso. O El Ciudadano de Orson Welles, Cuando huye el día de Bergman o La gran ilusión de Renoir. O la vez que vio a Julio Bocca en el escenario.
La noticia no es un hecho artístico y nunca lo será. Por lo tanto, su destino es efímero, si es que la historia no la recoge más tarde. Es un espejo cuyas imágenes tienden a desaparecer precipitadamente sustituidas por otras imágenes. Se corresponden con un oficio trabajoso, muchas veces rutinario y muy expuesto al error. Hermoso, sí. Hermoso, que a su manera cumple la función de crear instantáneas del mundo en el que vivimos. Si lo hacemos bien, si evitamos que el torbellino nos envuelva, podemos impedir ese arte de lo olvidable sobre el que escribe Eco y convertirnos en un puente con la realidad. Eso espero de este sitio que inaugura Subrayado para ustedes.
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