El gobierno quiso pegarle un golpe contundente al IPC de marzo, bajando tarifas y juegos de azar, y acordando el congelamiento de precios con importadores y comerciantes.
La inflación se resiste
El gobierno quiso pegarle un golpe contundente al IPC de marzo, bajando tarifas y juegos de azar, y acordando el congelamiento de precios con importadores y comerciantes.
El objetivo principal era evitar que la suba anual del IPC alcanzara el 10%, lo que habría tenido consecuencias negativas, en particular por el aumento en las expectativas de inflación.
Este objetivo se logró, pero la inflación sigue muy alta: la suba anual del IPC retrocedió apenas una décima: de 9,8% en febrero a 9,7% en marzo. La exoneración del IVA a las tarifas de UTE y Antel tuvo su impacto, pero lució poco porque subieron los boletos, el pollo, la leche y los costos de la educación, entre otros.
Así, la inflación sigue siendo un problema sin resolver. Si bien hay expectativas razonables de que la tasa anual vaya cediendo en los próximos meses, varios productos y –principalmente- muchos servicios de incidencia relevante en el costo de vida (como el alquiler) suben a tasas de dos dígitos.
El ministro de Economía, Mario Bergara, ha reconocido que la inflación es el principal desafío para la conducción económica. Señaló que se mantiene la presión de precios externa (porque los precios en dólares se mantienen y el dólar sube) y agregó que la pujante demanda interna también incide.
Más allá de medidas transitorias, los fundamentos de la inflación alta siguen presentes y, si no se revierten, será difícil que la inflación baje en forma notoria. La propia indexación de salarios y jubilaciones mantiene el consumo, mientras la oferta de bienes y servicios no sube en igual medida, por lo que los precios aumentan. Es la reacción natural de la economía.
El gobierno insiste en que un recorte del gasto público no contribuiría mayormente a la baja de inflación. En realidad, el problema no es recortar el gasto sino que su aumento sea coherente con la propia capacidad productiva de la economía. Y es allí donde aparece el “ruido”: el gasto público se ha expandido en forma significativa en los últimos años, en simultáneo con una expansión del gasto privado y de la inversión (externa e interna). Con todo la demanda subiendo en simultáneo, lo raro sería que los precios se mantengan…
El problema es que –como el tren- una vez que la inflación toma ritmo, es difícil frenarla. La indexación (la tendencia a ajustar precios por sus aumentos previos), es un problema agudo en la economía uruguaya, que no se ha logrado resolver. Los salarios ajustan por inflación pasada y las jubilaciones ajustan por salario. Si es así ¿por qué el comerciante no puede hacer lo mismo?
Hay que reconocer, sin embargo, que el gobierno no ha incidido mayormente en evitar la suba del dólar, que también ha presionado a la inflación. Ha preferido jugar al filo del 10%, pero dejando que el dólar suba (20% en el último año), para no afectar más la competitividad, ya bastante castigada. A mediano plazo, es posible que la política monetaria restrictiva (con tasas de 16% en pesos), incida para moderar el consumo y la inflación, aunque con impacto limitado. Es que faltan opciones de ahorro y la gente, en consecuencia, tiende a gastar lo que dispone.
Para los próximos meses, la inflación seguramente cederá levemente. La baja en la carne ayudará (a costa del bajo precio del ganado al productor). Pero no cabría esperar una reducción drástica de las tasas de aumento del IPC. El mejor escenario al que se podría aspirar, siendo realista, es que la inflación anual baje al rango del 8 al 9%. Si cae abajo del 8%, sería para celebrar.
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