Creo que tenía 13 años.
El heredero de Cantoná
Suarez mezcla picardía de potrero, viveza criolla, cattiva conducta, sangre Cantoná y armas de Pistolero.
El inefable Luis Gómez, profesor de Idioma Español, me miró canchero y me dijo "Ud. ha oído hablar de la viveza criolla?".
La pregunta era infantil y la respuesta obvia.
Al "si", en tono canchero, casi rebelde, le siguió una nueva interrogante catedrática: "Y... ¿ha oído hablar de la viveza francesa? ¿O piensa que ellos son tontos?
En el mundo del fútbol, la viveza rioplatense -a la que siempre se la emparenta con picardía de suburbio-, permite sacar ventaja antideportiva en duelos muy parejos.
Alguna vez, Walter Olivera, lejos de aquella grandes batallas regadas con sangre y sudor, me confesó casi tímido, contrastando con su feroz andar de "Indio" en la defensa del Peñarol de los 70, que no podría jugar en estos tiempos porque las numerosas cámaras colocadas en la cancha mostrarían codazos, patadas, pataditas y lenguaje no apto para menores que ponía en escena en sus contiendas contra los delanteros más hábiles.
El padre del médico -y futbolista- Carlos Salvador Bilardo, lo esperó -desanimado- tras un partido de Estudiantes de La Plata para rogarle que hiciera un caño o una moña porque estaba harto de la leyenda que señalaba que el recio volante pincharrata entraba con alfileres a la cancha.
Roberto Perfumo fue víctima del acoso moral del "Narigón" en un duelo entre Racing y los hombres de Zubeldía.
El galeno se acordó de la reciente ruptura del zaguero con su novia y lo perturbó recordando el hecho al que emparentó con la poca hombría del "Mariscal" a la hora de cumplir con los requerimientos de la bella dama.
No quedan dudas. Bilardo fue el peor de la clase.
En su foja figuran un laxante entregado a Daniel Passarella para sacarlo del Mundial del 86 -según denunció Ubaldo Matildo Fillol-. Un grito -en pleno partido- al médico del Sevilla que quedó registrado por la TV española ("Pisalo, pisalo... A los rivales hay que pisarlos"). El famoso bidón de agua con somníferos que le entregó al pobre Branco, integrante de la selección brasileña, en el partido de octavos de final de Italia 1990 que desencajó el andar del siempre aceitado jogo bonito verdeamarelo.
Además de "los alfileres de Bilardo", apagones, emboscadas en los vestuarios con gases incluídos, sobornos a la terna arbitral, partidos suspendidos que se jugaban igual para evitar actos de violencia, alimentaron la bizarra historia no contada de la Copa Libertadores de América de los sesenta. Por cierto, ajenos al glamoroso mundo de Fox y sus amigos de estos tiempos.
En Italia, reino del catenaccio, se habla de la cattiva condotta cuya traducción literal es "mala conducta", para alabar la entrega al borde lo permitido del "Cattivo Gatuso", por ejemplo.
Los tiempos han cambiado.
Ya no hay alfileres. Se pregona el juego limpio y los tribunales de la FIFA y las Federaciones actúan de oficio para sancionar a los que no guardan adecuada postura.
Sin embargo, por suerte -o desgracia- siempre alguien se sale del libreto.
Nick Nolte, el rudo actor de 71 años, dijo tiempo atrás: "No me he reformado, de hecho voy peor".
Esta sentencia bien podría haber sido escuchada en boca de Eric "The King" Cantoná.
Marsellés, famoso por su extraordinaria calidad, sus solapas levantadas y también por la patada que le dio a un hincha que le dedicó insultos racistas durante un partido que jugaba Manchester United por la Premier League en Selhurts Park.
Esa acción le costó a "Dieu" Cantoná nueve meses de inactividad y dos semanas de prisión sustituídas por 120 horas de servicios comunitarios.
Hoy, en las canchas inglesas, hay un heredero de ese andar rebelde y contestatario, de clase genial, que los periodistas no dudarían en votar como “Player of the Year”, aún sabiendo que tal distinción nunca la obtendrá ya que requiere el apoyo -que no le darán- sus pares que lo odian porque los perturba, los inquieta, los incomoda con indescifrables jugadas y espíritu que permite guardar una bola en la red cuando las fuerzas no dan, el alma se quiebra por el esfuerzo y la mente no discierne.
Una mordida es una mordida.
Un codazo es un codazo.
Con dolor en el alma, es imposible justificar las actitudes de Luis Suárez.
Alguna vez, cuando el micrófono se apagó, el Maestro Tabárez, se quedó charlando conmigo sobre él y dedicó unos minutos para elogiarlo por su manera de ser, su frescura y hasta cierta inocencia.
Comprobé que no te deja tirado. Una gestión suya, tras cerrada negativa del Liverpool, me permitió estrevistarlo en “Melwood” en la antesala de la Final de la FA Cup del 2012.
El solemne mail del Jefe de Prensa de los Reds sentenciaba: "Sr. Moar: Acepte mis disculpas, hubo una confusión, Luis Suarez estará feliz de poder recibirlo".
Suarez mezcla picardía de potrero, viveza criolla, cattiva conducta, sangre Cantoná y armas de Pistolero.
Te enloquece, te quiebra, te desarma, te vuelve loco.
Comete un penal, muerde un rival y anota un gol en el minuto 96 cuando ninguno de sus compañeros lo creía posible.
Es el heredero del gran marsellés.
Hace cosas imperdonables pero lo quiero en mi equipo.
No hay como defenderlo pero cuando no juega la chance disminuye.
No fue a un colegio privado ni mediatizó su vida personal. Tuvo un origen humilde, a su viejo -vaya ironía- lo apodaban "El Perro" y las noticias futboleras de su hermano me las acercaba su abuela porque -según me dijo un día en la puerta de Canal 10-, "Luisito, mi negrito, ya tiene mucha prensa".
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