El fantasma del cincuenta
En fútbol cada día se maneja más la presión.
En fútbol cada día se maneja más la presión.
Presionan los hinchas que van a la cancha para desahogar sus penas y sólo quieren ganar.
Presionan los dirigentes que saben que el daño colateral de una derrota repercute en una futura elección.
Presionan los entrenadores que pregonan a los cuatro vientos que nada es más bello que el “fútbol arte” y -solapadamente- enseñan a sus dirigidos que la victoria es lo único que importa.
Más abajo de la pirámide, presionan empresarios al pibe que les dará una buena tajada en un pase, los familiares que buscan una tabla de salvación en el ídolo precoz y hasta los medios periodísticos que saben que un lunes con victoria de los equipos importantes -aquí y en el más remoto lugar del planeta- genera más expectativa y, por ende, más rating, mayor tirada o más “me gusta”.
Cada tanto, los psicólogos advierten sobre la ansiedad competitiva y sus efectos perjudiciales en la alta competencia.
Sin embargo, presionar es un arte.
En pleno discurso del sorteo del mundial de Brasil, O Rey, Pelé evocó el “Maracanazo del 50” y las postales -casi dramáticas- que desencadenó la derrota del Scratch.
Desde su oratoria, el mejor jugador de todos los tiempos envió un mensaje subliminal para Luis Felipe Scolari y los suyos: “No se puede volver a perder una final en Brasil”.
En la década del ochenta, César Luis Menotti desembarcó en el alicaído fútbol uruguayo para dirigir a Peñarol.
El “Flaco”, rey del “achique”, devoto del fútbol bien jugado, decía a sus futbolistas una frase que -a mis flamantes oídos periodísticos- sonaba “crazy”: “Salgan a divertirse”.
Ese equipo achicó tanto que agrandó a los rivales y el “fútbol champagne” del argentino se quedó prontamente sin burbujas.
Más acá, Juan Ramón Carrasco mutó el Tiki-Taka de Pep Guardiola en el Tiqui-tiqui uruguayo.
Sus equipos deleitaban con precisión en velocidad y extrañas leyes de obediencia que el duraznense imponía dentro y fuera de la cancha.
La belleza cedió ante la presión y su pasaje por la selección fue sellado con un vinillo caribeño.
Con el paso del tiempo, JR, que pregonaba en plena de tormenta de críticas que la presión la absorbía, zucumbió ante los debates sobre personalismo, equilibrio, balance defensivo, cierre de partidos y otras yerbas y se proclamó campeón en Nacional con un sello más pragmático.
De alguna manera, quien hoy sostiene que su sueño es un proyecto que le permita jugar con idénticas ideas de séptima a primera, cedió ante el tsunami de sugerencias mediáticas y ganó un título resignando la mejor parte de su sabrosa receta.
La presión por ganar puede -a veces- generar tal estrés que ya no resulte divertido jugar.
En Física, se llama presión a la relación entre una fuerza y la superficie a la que se aplica.
Hay deportistas de roble y otros -aún con mayor talento- que se doblan ante la menor dificultad.
No es raro que los videos motivacionales se apoyen en historias épicas o en momentos críticos de la vida cotidiana para que aflore el guerrero que los deportistas llevan en su interior.
Hace unas horas, O Rey volvió a la carga sobre el tema y sólo faltó una sábana que tapara su morena figura para aseverar que el espíritu del fantasma del cincuenta reencarnó en el inolvidable Edson. ¿Una manera de presionar a su selección? ¿Una astuta forma de maquillar su gloria nunca antes emulada? ¿Frases desafortunadas? Quien sabe...
Una vez más, la delgada frontera entre la motivación y la presión puede definir si Dios o un manosanta que ahuyente malos espíritus es la salvación para los seductores de las grandes proezas.
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