Asignatura pendiente

    El verano deja tiempo para el descanso pero la mente se potencia lejos del estrés y el bullicio. Nuevos retos y metas se fusionan en perfecta química con lo cotidiano.

     

    El verano deja tiempo para el descanso pero la mente se potencia lejos del estrés y el bullicio. Nuevos retos y metas se fusionan en perfecta química con lo cotidiano.

    Entre las costumbres que los uruguayos aman, como un ritual nunca exorcizado, figura la experiencia -entre mística y no apta para menores por los excesos verbales- de sentarse frente a la TV para ver a una selección uruguaya.

    Enero, mes agitado en el mercado de fichajes, nos mostró a los “juveniles del ingeniero” peleando por su clasificación a Turquía, encrucijada histórica de culturas occidentales y orientales, punto estratégico entre tres mares, que albergará el próximo mundial en Junio, coincidiendo con la multimillonaria “Copa de las Confederaciones”.

    Juan Verzeri, metódico entrenador, asistente de Julio Ribas en su pasaje por la selección de Omán, parece abonado al poco afecto de la afición y pelea contra su bajo perfil y ciertas costumbres que lo colocan como blanco perfecto de las críticas.

    En estos tiempos donde Barcelona -más allá de tener un fuera de serie como Messi- nos enseña cómo funciona el colectivo y llena la cancha con andar perfecto y bello, depender de la inspiración de una individualidad -o varias- por encima del equipo parece marchar contra corriente de los torrentes de elogios que se destinan a los funcionamientos aceitados con precisión y paciencia de alfarero.

    Uruguay llegó al Mundial y nos llena de orgullo.

    Como nos deja sabor amargo claudicar en la batalla por el título tras deslucidas actuaciones ante Colombia y Paraguay.

    En sesudos análisis de boliche, en ásperos debates periodísticos o en charla de expertos entrenadores se reflota la necesidad de definir qué es lo importante: ¿la clasificación o el título?

    A riesgo de ser previsible, mi respuesta es: clasificación y título.

    Décadas atrás, los procesos juveniles de Raúl Bentancur marcaron historia.

    Más cerca en el tiempo, la magia del equipo juvenil de Víctor Púa, vicecampeón mundial en Malasia 97, sacó a los aficionados a la calle.

    Esas épocas de gloria parecen lejanas.

    Uruguay amaga más de lo que concreta y pasa de “candidato de fierro” a “convidado de piedra”.

    Resulta amargo digerir que -ausentes Argentina y Brasil en el hexagonal final- Uruguay haya penado para logar su clasificación.

    El equipo cabalgó en andas de la voracidad goleadora de Nicolás López, la gran figura del Sudamericano, el temple brutal de Cristóforo, y la habilidad de Laxalt y Rolan.

    El “Zorrito” Bueno jugó menos de lo deseado y la defensa fue tan vulnerable que se imponen ajustes.

    Durante la primera fase nos vanagloriamos de la histórica frase que pregona “no hay mejor defensa que un buen ataque” pero en la recta decisiva comprobamos -una vez más- que “no hay mejor defensa que una buena defensa”.

    Quedan meses de trabajo hasta el debut en el Mundial y muchas asignaturas pendientes por aprobar.

    En medio de semanas de ansiedad, porque los representantes se instalaron en la concentración celeste y tomaron por asalto las ilusiones de pibes que recién se sacuden la adolescencia de su cuerpo, Uruguay logró la mitad de las metas que se propuso al partir.

    Verzeri debe emplear el mismo celo que utiliza para guardar bajo cuatro llaves el equipo titular para mejorar la propuesta táctica y transformarla en colectiva.

    Sólo así podemos aspirar a hacer historia en Turquía.

    Que conste en actas...

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