Alerta por el empleo

    El desempleo en marzo llegó al 9% y marcó un máximo desde 2007.

    El desempleo en marzo llegó al 9% y marcó un máximo desde 2007. Es posible que haya efectos puntuales que hicieron subir la tasa, pero la tendencia es clara: el desempleo está aumentando, mientras el empleo (la variable principal) retrocede. La tasa de empleo está en 58%, cuando un par de años atrás se movía en torno a 60%. En base a datos del INE, puede estimarse que hoy el desempleo afecta a cerca de 150.000 personas.

    Pienso que hay 3 causas principales que explican este retroceso. Por un lado, Uruguay vivió años excepcionales en los cuales coincidieron precios extraordinarios por nuestros bienes de exportación, con una ola inversora que impulsó la economía a un ritmo inédito (2007 a 2014). La política salarial expandió más aún el mercado interno y el nivel de actividad creció año tras año.

    En ese contexto, el empleó subió a niveles récord y el desempleo llegó a ubicarse por debajo de 6%, algo sin antecedentes. Era difícil sostener esa situación excepcional: una vez que los precios externos bajaron a niveles más cercanos al promedio, y con la inversión menos dinámica, el mercado de trabajo ajustó a números más moderados: desempleo de 7 a 8% y empleo en 58 a 59%.

    Pero aparece otro factor: la economía uruguaya está perdiendo competitividad. El Tipo de Cambio atrasado nos vuelve cada vez más caros, en particular respecto a los países fuera de la región. Los altos costos y tarifas generan dificultades a la producción a todo nivel, desde el agro hasta los servicios globales, pasando por la industria y el comercio.

    Así, es difícil mantener mercados tanto a nivel interno (ante la competencia de productos importados) como en el exterior. La economía uruguaya está creciendo, pero lo hace a tasas moderadas y –en buena medida- con el empuje del consumo impulsado por el dólar bajo. Pero detrás de cada consumidor tiene que haber un trabajador, y allí es donde está emergiendo el problema: se hace más difícil vender el trabajo de los uruguayos.

    El tercer factor es más de fondo y –a mi juicio- es el más preocupante. Es bastante claro que la economía global (y Uruguay no es la excepción), está atravesando una transformación vertiginosa con la incorporación de las Tecnologías de la Información (Internet y sus aplicaciones derivadas) en todos los sectores, dese la industria a la salud, desde el transporte al turismo, desde el entretenimiento hasta el agro.

    Ante este escenario, parece claro que muchos de los empleos tradicionales se van a ir “perdiendo” o transformando, por efecto de la gestión online, la automatización y la robótica. Otros empleos –sin embargo- están surgiendo, pues la sociedad empieza a valorar otras cosas, otras capacidades. Sin embargo, lo preocupante es que la educación en Uruguay no logra proveer lo suficiente esas cualidades y capacidades necesarias para la nueva economía. Según datos de la CUTI (Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información) hoy egresan unos 500 ingenieros de sistemas o similares por año, cuando la demanda estimada es 1.500. Es un ejemplo de la dificultad para responder a dicha demanda.

    Con los nuevos datos, se abrió una nueva discusión sobre la relación entre salarios y empleo. Las cifras son claras y muestran que a partir de 2014 ambas variables –que hasta allí venían juntas y subiendo- se separan: el salario sigue subiendo pero el empleo comienza a bajar. En este contexto, es posible que altos salarios con baja productividad en determinadas áreas estén sobrecargando costos y –por lo tanto- destruyendo empleo en otras áreas, una verdadera injusticia social.

    Sin embargo, sería simplista quedarnos con el argumento de que el aumento de salarios genera desempleo. Eso ocurre si la inversión no es suficiente y no se gana productividad. Lamentablemente, Uruguay podría entrar en un escenario de ese tipo, reforzado por un accionar sindical que defiende radicalmente el salario sin incorporar productividad (como se ha hecho hasta ahora). Para evitarlo, es necesario mejorar el ambiente de inversión, mejorando la competitividad bajando costos, abriendo más mercados y fomentando la competencia, una forma genuina para que las empresas se enfoquen en la productividad y paguen mejores salarios.

    Además, hay que facilitar la incorporación de los trabajadores a la nueva economía. Esto se logra –a su vez- facilitando la conversión de los empleos en declive a otros más productivos y sostenibles, evitando la defensa irracional de los “puestos de trabajo”, para enfocarse más en el trabajador.

    Pero lo fundamental, a mediano y largo plazo, es que la educación tanga la capacidad suficiente para formar a las nuevas generaciones en el nuevo ambiente tecnológico y productivo. Para lo cual se necesita –más que nunca- cualidades básicas firmes y la capacidad de aprender, des-aprender y volver a aprender cosas, enfocándonos en el valor que se puede agregar a la economía.

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