¿Inflación? ¿Qué inflación?

    La tasa anual de inflación a marzo subió a 10,2%, un máximo desde 2004. Es una tasa incómoda para la gestión de la economía e irritante para los trabajadores, que ven cómo su ingreso se erosiona, aún si se lo ajustan –cada tanto- por la propia inflación. Porque aún si se ajusta el sueldo por inflación una vez por año, se pierde plata: alrededor de 5% del ingreso, si la inflación es 10%, como ahora.

    Tenemos una inflación a la uruguaya: no es escandalosamente alta, como en Argentina o Venezuela, pero tampoco es baja: se ha ubicado entre 7 y 10% ya por casi 10 años. Y hace otros tantos que no se cumple el rango meta del Banco Central. Vamos por el camino del medio, sin un cumplimento firme del compromiso monetario, pero echando mano a medidas transitorias (tarifas, premios de UTE, acuerdos de precios) para que el desarreglo no sea tan grave.

    Esto permite acomodar las cosas en el corto plazo, pero a la larga los desequilibrios se expresan: hay una inflación persistente que constituye una amenaza importante. Entre otras de sus causas, está el exceso de gasto público y mecanismos generalizados de indexación, con mercados rígidos con falta de competencia.

    Dicho esto, hay un atenuante: el dólar ha subido 30% en el último año y un aumento de esta magnitud incide –lógicamente- en los precios, por lo que no es de extrañar que la inflación en pesos haya subido. Porque, en realidad, hay otra inflación que está bajando y es la que se mide en dólares: los precios al consumo cayeron 15% medidos en dólares en el último año.

    Claro que muchos precios internacionales en dólares han bajado, lo que debería atenuar el impacto de la suba del dólar. Por ejemplo, el precio de la carne en dólares ha bajado y –por eso- las subas internas no han sido tan fuertes, a pesar de que los consumidores se quejan por el precio de la pulpa.

    Sin embargo, hay un precio que cayó fuerte y no se trasladó al consumo: el del petróleo. Por las pérdidas millonarias de ANCAP, los combustibles no bajaron como deberían haberlo hecho.

    Con seguridad, si ANCAP no hubiera tenido el grave descalabro financiero que tuvo, el combustible podría haber bajado y –tal vez- la inflación no llegaba al 10%.

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