El fin del tiqui tiqui

    Arrancó y la pelota pareció cargada. 

    Ida y vuelta. 

    Más vértigo que pienso.

    Hasta que a los cinco minutos River Plate fue a los bifes y Matias Jones probó a Esteban Conde de media distancia. El muchacho de Young respondió con un vuelo digno de Superman y sacó al córner.

    Sin embargo, el presagio de comienzo trepidante y posible contagio emotivo para los próximos minutos fue sólo un amague.

    Por ejemplo, más allá de una bola en el palo o una gran respuesta del golero tricolor, el equipo de JR no tuvo puntos de contacto con aquellas líricas propuestas que se apoyaban en el tiqui-tiqui y desatendían el arco propio. 

    No hubo laboratorio y repetición. 

    Es más, el repertorio riverplatense en el Parque Central incluyó varios rechazos de "punta y pa'arriba" como decían los veteranos y al grito de "¡salimos...!" la pelota salteó líneas y viajó por el aire domando el viento fuerte que cruzaba la Quinta de la Paraguaya.

    Las estrellas de la noche - Nico López y Michael Santos - pasaron desapercibidas. Aunque el Darsenero pudo sacar pecho por un tiro que dejó sin aliento a propios y extraños.

    En ese primer tiempo, El Diente -retrasado- y el delantero de la seleccion -apagado- no llenaron las expectativas.

    Barcia lució inspirado pero faltó una usina generadora para abastecerlo y mantenerlo encendido.

    Se cerró el primer tiempo: empate sin goles y más decepción que clima festivo.

    Borrón y cuenta nueva para el tiempo final.

    Cerca del cuarto de hora del complemento, Schiappacasse dibujó una jugada de Play Station y su gran definición fracasó por una tapada de Conde que reafirmó su candidatura a figura decisiva.

    Unos segundos después, una acrobática acción del riverense Ramirez obligó a una tapada monumental de Nicola Pérez.

    Y ahí se encendió el partido...

    A los 23' -es preciso el tiempo exacto-, una jugada de Leandro Barcia dio en el palo y se metió. Él línea no lo vio y el juez Carrillo le hizo caso a su asistente y propició un error que integrará los reportes mundiales de fallos imperdonables.

    El Parque enfureció, el equipo tricolor sitió a River Plate, hubo gol anulado e invitación poco cordial a Juan Ramón Carrasco para abandonar la cancha.

    River Plate se refugió en su área y la revolución atropellada del equipo de Munúa lo asfixió. 

    Atorado, el equipo de la Aduana, sufrió, luchó, se angustió con cada ataque rival y reventó cada balón peligroso.

    Conceicao fue un gigante en el embate furioso del final y Killy González sacó varias pelotas del estadio tricolor. 

    Hubo francotiradores, tapadas de Nicola Pérez, rechazos defensivos, miradas al reloj.

    Nada de tacos, toques, tiquis y tacas.

    Al fin y al cabo, después de años de pedirle equilibrio al DT, reprocharle que haya perfeccionado el rendimiento defensivo parece una contradicción. 

    La idea de partido explosivo se esfumó con el primer rechazo a las nubes. Debió ganar Nacional. 

    Fue 0-0.

    Con nostalgia de aquella magia que ya no existe.

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