Tiempos de ajuste

    La situación fiscal de la región coloca al gobierno en una encrucijada, donde se enfrenta a los compromisos electorales de no crear nuevos impuestos

    La situación fiscal en la región es dramática: Brasil alcanzó un déficit fiscal de casi 10% del PBI y en Argentina supera el 7%. En este contexto, el déficit de 3,6% del PBI que registra el sector público en Uruguay no luce tan mal, pero preocupa: si no hay una mejora apreciable en los próximos meses, se corre el riesgo de entrar en una dinámica de dependencia financiera absolutamente indeseable.

    Ante este escenario, el gobierno enfrenta ciertos dilemas. Por un lado, los compromisos electorales pautaron que no se iban a crear nuevos impuestos, salvo la extensión del Impuesto de Primaria al campo. Por lo tanto, para mejorar el resultado fiscal solo queda reducir el gasto o aumentar ingresos sin nuevos impuestos.

    La reducción del gasto se está haciendo a nivel de la inversión (que no es lo más deseable), porque el resto del gasto público es rígido, difícil de reducir (jubilaciones, gastos de funcionamiento, plantilla salarial). Aun así, la reducción no se ha logrado porque suben los intereses. El gasto total subió casi 2% real en el último año.

    Por eso, parece inevitable fortalecer los ingresos, para lo cual se aumentó el año pasado el IMESI a combustibles y tabaco, y –hace pocos días- se quitó la posibilidad del descuento por inflación en el IRAE, que reportaría algunas decenas de millones extra al fisco, entre otras medidas.

    Pero la vía más fuerte parece ser aumentar los aportes al Estado de las empresas públicas. En efecto, su resultado corriente aumentó casi 50% en términos reales en 2015. El dato es anterior a los recientes ajustes tarifarios, que reflejan situaciones diversas: Antel no aumentaba tarifas desde 2005, y le llegó el turno. UTE aumentó un poco más que la inflación, aunque la expectativa era que mantuviera o bajara sus tarifas. ANCAP es la situación más chocante: mantiene los precios de los combustibles con el petróleo en caída libre.

    Los ajustes en las tarifas (explícitos o implícitos) están pesando en el bolsillo: las empresas enfrentan un nuevo aumento de costos cuando a muchas les están cayendo los ingresos. Lo mismo les sucede a muchas familias: si bien el salario real se mantiene, como índice promedio, en muchos hogares los ingresos bajan por pérdida de empleo o menos horas de trabajo. Si sube la luz y la nafta, habrá que achicar en otros gastos.

    Se abre así otro dilema que enfrenta la conducción económica: un ajuste mayor al que se está configurando podría afectar la actividad económica. Un “ajuste fiscal” clásico, que priorice el resultado fiscal sobre la actividad económica, podría provocar una caída en la actividad que parece estar a la vuelta de la esquina, dado el contexto regional y global.

    La apuesta es que con los ajustes señalados, el resultado fiscal mejore levemente, para ingresar en un escenario más auspicioso. Pero parece difícil: el escenario externo, después de soplar de proa por casi una década, se nos ha puesto en contra (la crisis financiera de 2008-09 derivó en una baja en la tasa de interés que nos terminó beneficiando, pero eso se acabó). Además, tenemos problemas propios: la productividad de la economía es baja, los grandes proyectos de inversión –que impulsaron fuerte el producto en los últimos años- ya no están y no aparecen otros nuevos, y –seguramente uno de los puntos más importantes- tenemos restricciones comerciales que se hacen pesadas al pensar en retomar la dinámica exportadora.

    Así, resulta clave que se procese con éxito otro ajuste que se está dando en la economía: el ajuste cambiario. El dólar se está fortaleciendo y esto le otorga a los sectores exportadores (agro, turismo, etc.) una compensación ante las dificultades. Ahora bien: el dólar se está fortaleciendo en todo el mundo, por lo que devaluar no es una ‘virtud’ exclusiva del Uruguay. Tenemos que mejorar en la gestión del gasto público y en la inserción comercial, entre otros puntos, para no perder pie. También resta ver cómo reacciona la nueva estructura de impuestos -que se aplica desde la última reforma tributaria, con IRPF, IASS e IRAE extendido- en este nuevo contexto. Es posible que sea más “resistente” a los ciclos, pero todo tiene un límite: si el aumento del dólar no es suficiente para mejorar la competitividad y reimpulsar la economía, habrá más novedades fiscales. Es tiempo de ajustes.

     

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