El rey sin corona (Lo que Chile se llevó)

    Ya es historia.

    El Niño Maravilla -Alexis- corrió en dirección a la gloria con la incertidumbre de los que nunca recorrieron el sendero y el atropello de los primerizos.
    La Copa América -chata, tediosa, descafeinada- está en buenas manos.

    Más allá de los malos humores que nos generó Jara, la prensa chilena y un país que le puso un aderezo patriótico incomprensible a una justa deportiva.

    Las sagradas escrituras imponen hablar de los ganadores.

    Es más, los teólogos del fútbol no admiten narrar la historia de los perdedores.

    Sin embargo, el andar sin rumbo en la final de Lionel Messi -el mejor jugador del mundo- obliga a detener el análisis del campeón para bucear en las razones del fracaso del subcampeón.

    Messi, víctima de la hipótesis del periodista Roberto Amado que refrendó José Luis Tejón en un texto ("Messi, la superación de un autista") y rechazó la brasileña Alexandra Resende especialista en ese síndrome, pasó de ser el genio inalcanzable del globo a un pecho frío que no sintió la camiseta argentina. Y todo justificado por apresuradas definiciones psiquiátricas. Messi es único.

    Si posee un síndrome es el de la genialidad. Destroza esquemas, pulveriza marcas, hace estallar récords y transforma al malcriado Cristiano en un mero actor secundario producto del éxito en Barcelona de un rosarino que llegó de otra galaxia.

    Sin embargo, en Argentina, la ingratitud hace fila para castigarlo. "Maradona fue el mejor, además lo mataban a patadas" -no será que a Lío no pueden cazarlo por su andar furioso con pelota al pie-, "no vibra, el alma es Mascherano" -nunca he visto un genio irreverente con capacidad de líder, caudillo y prócer de la Patria- "no juega como en el Barcelona" -y si... Pastore no es Iniesta, Higuian no es Suárez y no hay un Neymar con blusa albiceleste-.

    En estos días, el crack que rechazó el frustrante -pero estrictamente justo- premio MVP de la Copa, analiza dar un paso al costado en la selección argentina.

    Ya está pronta una Corte Suprema que lo condenará hasta que regrese para reinar.

    Pasar raya a la Copa América obliga a mencionar el fracaso de Colombia (la peor versión de la era Pekerman), la falta de identificación de Brasil con sus raíces (¡por favor que vuelva el Jogo Bonito!), el crecimiento de Perú y Paraguay y la comprobación que la Eliminatoria Sudamericana será muy dura.

    Sirve para decir que Neymar quedó en deuda, que Bravo y Ospina son goleros tremendos, que el "Huaso" Isla se recibió de crack, que Ramón Díaz tiene "algo", que Falcao no es Falcao, que Gary Medel es caudillo, líder y fenómeno, que Paolo Guerrero comanda con éxito al nuevo Perú del "Tigre" Gareca y que Javier Mascherano no puede más de tanto fracaso acumulado en las finales.

    Uruguay también fracasó.

    Mostró entrega, dejó alma, corazón y vida, se vio envuelto en el desagradable episodio de Cavani y le faltó sorpresa, toque (algo endémico de nuestro fútbol), circuitos y, sobretodo, grandes figuras.

    Una fantástica pareja de zagueros delante de un correcto golero custodió al equipo uruguayo desde la retaguardia. Maximiliano Pereira hizo honor a sus históricos números y fue un derroche de vitalidad en su sector. Arévalo está fuera de toda discusión y Tata González metió pata como buen uruguayo.

    Godin fue excepcional capitán. Cavani, en cambio, una sombra.

    El traje de líder que debió lucir el delantero del PSG le quedó apretado más allá de la perversa y desleal jugada que lo obligó a dejar al equipo ante Chile.

    El DT apostó a utilizar las bandas y generar circuitos con Sanchez y Cebolla Rodriguez pero no funcionaron. Lodeiro -un jugador que encanta- no siente la función que le asigna Tabárez y Diego Rolan no jugó como en Francia sino que fue un volante condenado a tapar agujeros.

    Lo mejor -aun en la derrota- fue el partido contra Argentina. Queda claro que hay crédito de sobra.

    Que los mismos que piden la salida de Tabárez o la crucifixión de Cavani serán los que aplaudan éxitos y festejen goles del salteño.

    Además, frente al televisor, lejos de Chile, se sentó un animal del fútbol, un fenómeno de las redes, un Terminator de las defensas ajenas, un Pistolero al que nunca se le acaban las balas para alentar el desempeño de los celestes.

    Ya se sabe que cuando cambie la TV por el césped uno podrá aseverar que lo bueno está por llegar.

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